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Navidades, ¿bien o en familia?

Con motivo de las reuniones familiares que tenemos ya a la vuelta de la esquina, traigo al blog este artículo que escribí para el Magazine, el suplemento dominical del diario La Vanguardia. ¡Y feliz Navidad!

Consejos para afrontar los conflictos familiares en las fiestas de Navidad

Los conflictos familiares y la dulce Navidad

Las navidades, ¿bien o en familia? La pregunta es un chiste popular que entiende, incluso, el que se lleva de perlas con la familia propia y la política. El refranero español está repleto de sugerencias y consejos para mantener las distancias. Pero las tradiciones pesan demasiado, y pocas parejas se atreven a escapar de las reuniones familiares y celebrar la Navidad bajo el sol del Caribe.

Fernando observa el panel de llegadas con una fuerte presión en el plexo solar. Espera el vuelo en el que vienen sus padres para pasar las fiestas navideñas con él y su hermana. Este año las disputas con su mujer comenzaron un mes antes, tras una llamada telefónica de la madre para plantear en qué casa tendría que celebrarse cada reunión. «Ya está tu mamá mangoneando. ¿Tanto le cuesta quedarse en su papel de invitada?» Durante una semana Carmen y Fernando apenas se dirigieron la palabra. Está harto de discutir todas las Navidades por lo mismo, de que su mujer no acepte que su madre es así y que nada puede hacer por cambiarla, de que se lo tome todo tan en serio. También reconoce que su madre jamás estará satisfecha, se tome la decisión que se tome. Además, ¿por qué tiene que gastarse un dineral en marisco, si a él lo que le gustan son los callos y los pinchos morunos? ¿O comérselo absolutamente todo para que ni su suegra, ni su madre, ni su cuñada ni su mujer se ofendan? El próximo año aceptará la propuesta de su compañero de trabajo: alquilar juntos una casa en la Bretaña francesa. Quizás sea la mejor opción antes de poner a prueba, una vez más, la relación de pareja.

Problemas familiares y consejos para evitarlos en Navidad

Aunque se presenten como épocas para pasarlo bien y disfrutar, las celebraciones suponen quebraderos de cabeza cuando hay que distribuir el tiempo entre la familia propia y la política, y cuando las relaciones no son buenas, se viven como algo impuesto y sólo vemos su parte negativa. En algunas parejas, cada miembro hace su propia valoración y considera que sale beneficiada la familia del otro.

La gran rival: la suegra

No es necesario que llegue Navidad para que estalle un conflicto con los parientes. Varios estudios documentan las relaciones de tensión, desconfianza, rivalidad y enemistad que pueden establecerse entre un cónyuge y su familia política. Aunque la más dramática a lo largo de la historia, en todas las culturas y clases sociales suele ser la de suegra-nuera. Existe en estos casos una competencia de género, una lucha por demostrar quién es mejor mujer y está mejor capacitada para atender a la figura masculina, pareja de una e hijo de la otra, a quien posiblemente no vean como un adulto maduro, capaz de hacerse cargo de sus propios problemas. 

Los efectos que esta guerra desencadena comienzan con manifestaciones psicosomáticas (ansiedad, depresión, estrés, fobias...) y pueden acabar en ruptura. En Italia, la tierra de la mamma, los jueces consideran que las intromisiones de una suegra son causa justificada de divorcio (tres de cada diez matrimonios fracasan por el excesivo apego del hombre italiano con su madre), y el Tribunal de la Rota Romana ya ha sentenciado que la excesiva dependencia de un cónyuge con su progenitora puede ser motivo para conceder la nulidad del vínculo matrimonial.

Cabe deducir que los encuentros familiares con turrones, mazapanes y exceso de alcohol tienen algo que ver en el incremento de divorcios que se producen en enero y febrero. Aunque, cuando hay hijos de por medio, difícilmente se cortan los lazos del todo, los parientes seguirán siendo abuelos, tíos o primos de los niños, y ambas partes tendrán derecho a reencontrarse en las próximas celebraciones para mostrarse el afecto. Los pequeños no deben convertirse en víctimas de las rencillas entre los mayores, y agradecen que sus padres sean generosos al planificar el reparto entre el hogar de uno y el otro.

La intromisiones de los parientes

Alcanzar la madurez supone aflojar los lazos que nos unen a nuestros padres para convertirnos en seres realmente autónomos. Éstos no deben ser demasiado flojos durante la infancia, ni romperse antes de tiempo, porque se traduciría en inseguridades y problemas personales. El comienzo de un noviazgo podría ser un momento propicio para reflexionar acerca de los cambios que requieren el modelo de relación que mantenemos con padres y hermanos, el lugar que ocupará cada uno y, también, el periodo adecuado para hablar con la pareja ante las primeras señales de intromisión.

Lo recomendable es explicar cuáles son nuestras expectativas acerca de las relaciones que vamos a entablar con la familia política, sin retrasarlo en espera de que todo se arregle por sí solo. De lo contrario, los encuentros obligados, como los navideños o las visitas de vacaciones, serán fechas que preferiremos borrar del calendario.

Las primeras celebraciones en casa de una pareja que empieza a convivir pueden ser todo un descubrimiento para progenitores que defienden un reparto tradicional de roles. ¿Y si los padres de él no soportan que su hijo recoja la mesa y friegue los platos? Ante sus protestas, la joven puede quedar perpleja y él terriblemente avergonzado porque su familia le considera un sumiso. Para seguir adelante, necesitarán escucharse el uno al otro e intentar comprender el porqué de las diferencias entre sus posturas y la concepción que tiene cada uno de la vida en familia. El siguiente paso consistirá en solucionar tales diferencias y negociar qué tipo de familia desean crear ellos.

Cada miembro de la pareja tendrá que marcar los límites a su pariente y darle a entender que, mientras están en su casa, las cosas se harán a su manera, de lo contrario, la persona entrometida continuará inflexible en su posición y exigirá lealtad a los vínculos sanguíneos. En este tipo de situaciones es imposible adoptar una postura de neutralidad. Si no se enfada el familiar, lo hará el cónyuge. 

Posiblemente haya que hablarle como se hace con los niños. Tendemos a creer que nuestras razones son demasiado obvias para que no las comprenda un adulto, pero lo habitual es que cada uno esté convencido de que su manera de funcionar es la lógica. De todos modos, cada consorte ha de arreglar los desacuerdos con su familia a su modo. No se deben comparar las maneras de relacionarse de la familia propia con la de la pareja, sino respetar las diferentes costumbres, educación y estilo de vida de los parientes políticos, mientras no pretendan interferir en su espacio ni incurran en el maltrato.

Tampoco hay que hacer más gastos de los que la pareja se puede permitir en un intento de complacer a todo el mundo. Cuando la animadversión existe, se haga lo que se haga, se recibirán críticas y la magia de la Navidad no va a solucionar los desencuentros por sí sola. 

¿Amor o control?

Las madres, especialmente, suelen utilizar diferentes ardides para entrometerse y gobernar la vida de la pareja, desde el chantaje emocional hasta ofrecerse para ayudar en las tareas domésticas. Estadísticamente está demostrado que los padres que trabajan procuran dejar los niños al cuidado de la abuela materna. Pero si esto acaba siendo un problema, hay que valorar si no es preferible que se encargue otra persona, a pesar del gasto.


No obstante, el conflicto madre-hijo parece tener más difícil resolución que el de madre-hija, sobre todo si él no ha crecido emocionalmente ni sabe defender su posición. Las jóvenes suelen tener más seguridad en sí mismas para parar los pies a su progenitora, aunque esta se ofenda, y posiblemente consigan llegar a una reconciliación.

En muchos casos, el intento de dominar proviene de un miedo incontrolable de los adultos inmaduros a perder al hijo o a la hija, a enfrentarse al nido vacío y de una falta de independencia emocional.

¿Qué sucede en Navidad? Las mujeres son, tradicionalmente, las transmisoras de las pautas culturales y de los modelos de relaciones familiares, y cada una está convencida de que su modelo es el mejor, el “normal”. La tolerancia con las costumbres diferentes a las nuestras cuando estamos en calidad de invitado nos permite aprender alternativas originales que podemos incorporar a nuestros hábitos. Por supuesto que se puede hacer alguna propuesta, siempre que se deje claro que sólo es una sugerencia. Y en el caso de que nuestras ideas no gusten, no hay que tomárselo como una descalificación personal. Los lazos serán más fuertes cuando cada persona sepa que cuenta con el apoyo de la familia en las decisiones que tome, las más importantes y las cotidianas, y que también valora sus esfuerzos por crear un clima agradable.

Estos son momentos para olvidar las rencillas con uno de los familiares, lo que evitará generar tensiones y situaciones agobiantes para todos los demás.

Las comidas navideñas y las abuelas esclavas

Frente a las madres hiperposesivas, muchas otras están deseando cortar el cordón umbilical de una vez por todas. Son las que sufren el síndrome de la abuela esclava, que carecen de fuerzas para continuar al cuidado de nietos y familiares enfermos a su cargo y que, al llegar las fiestas, se sobrecargan de trabajo. 

«Mis hijos no entienden que me he hecho mayor. Esperan que continúe cocinando para todos, y cada vez son más de familia. Se han acostumbrado a disponer de mi casa y yo no doy abasto». Es la queja de Margarita, cuyos valores aprendidos de generaciones anteriores le impiden decir «no» ante el abuso. Inconsciente, pero abuso al fin y al cabo. De hecho, está reconocido por la Organización Mundial de la Salud como otro tipo de maltrato hacia la mujer. Pero enseguida, Margarita excusa a su familia: «Yo lo comprendo, se pasan el día trabajando y no tienen tiempo para preparar la comida, ni para comprarla. Además, necesitan descansar y disfrutar de los niños».

Son los hijos quienes deberían percibir las señales de agotamiento, liberarla de cargas, ayudarle a reconocer sus límites con cariño, sin que se sienta inútil, animarle a disfrutar de su tiempo de ocio con amistades del barrio, participando en talleres y actividades, asistiendo a fiestas con otras personas de su edad, realizando viajes, y reorganizar las reuniones familiares para alcanzar el equilibrio de responsabilidades y alegrarse de la llegada de las fiestas navideñas antes de acabar detestándolas.

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