La
testosterona, esa hormona clave para que el apetito sexual se mantenga en alto,
se asocia siempre a la masculinidad, pero también está presente en los
curvilíneos cuerpos de nosotras, las hembras. De hecho, las mujeres de mediana
edad que alcanzan la menopausia notan cómo la pérdida de estrógenos (la hormona
femenina por excelencia) deja al descubierto sus niveles de testosterona y
otros andrógenos, al tiempo que crecen sus pechos sin necesidad de silicona. De
modo que, lejos de perder las ganas, dos tercios de las señoras ven cómo su
libido continúa bien activo, y hasta un 40%, según algunos estudios, se quejan
de practicar menos sexo del que realmente desean.
Según la
doctora Rosemary Basson, pasada la fase del enamoramiento, hombres y mujeres
dejan de funcionar del mismo modo, ya no es el deseo sexual lo que mueve el
interés de ellas, sino que lo que quieren las mujeres es conectar e intimar con
el hombre que aman. Dicho de otro modo, en las relaciones ya establecidas,
cuando ellas dicen eso de «bueeeeno, vale, de acuerdo», no es tanto por deseo
de actividad sexual, sino de la proximidad emocional que consiguen con el
encuentro. Una manera, pues, de preservar el deseo sexual en la mujer es dejar
un tiempo para hacer algo en pareja que, en principio, no sea o no implique una
actividad puramente erótica, en la que noten una conexión, una complicidad que
vaya más allá de lo físico, que no parezca que él sólo la busca para eso. Lo cual significa (se lo advierto a cualquiera que
se pasee por este blog) que no conviene plantear la propuesta en plan: «Vamos a
visitar la colección prerrafaelista de la Tate Gallery que, así, follamos».
Algunas
mujeres captan que los hombres se sienten amenazados con cierta manera de entender
la intimidad, como sentarse frente al otro a hablarle, mirándole directamente a
los ojos, que ellos prefieren sentir la cercanía emocional sentándose al lado
de su pareja a ver la tele acurrucados.
A mí las
ideas reduccionistas me chirrían, especialmente cuando se intenta generalizar
los comportamientos de un sexo u otro, pero acepto que para una pareja es
importante compartir el tiempo de ocio, y que puede ser muy saludable para la
relación hacer juntos cosas nuevas, como acudir a un evento deportivo, siempre
que sea algo motivador para ambas personas y nadie acepte la propuesta a
regañadientes.
Si digo que
el deporte estrella mueve pasiones no estoy haciendo la gran revelación del
año. Eso lo sabe hasta el perro que pega saltos cuando su dueño celebra un gol.
Y es que el estrés que genera el fútbol incrementa los niveles de testosterona,
gane o pierda el equipo del que uno es aficionado, sobre todo si se trata de un
partido en el que los tuyos se juegan un
trofeo, porque la testosterona aumenta cuando las personas, seamos hombres o
mujeres, nos enfrentamos a un desafío. En cierta ocasión, cuando reunía
declaraciones para un libro sobre el sexo liberal, la propietaria de un local
de intercambios de pareja de Barcelona me aseguró que, después de celebrarse un
clásico, no daban abasto, ya hubiese ganado el Barça o el Real Madrid. Es lo
que tiene el subidón de testosterona, que ni la derrota la diluye.
En
definitiva, propongo a las parejas de larga duración que si el equipo del que
sois hinchas (bueno, quien dice «hincha» dice que esa gente te cae bien; con
eso bastará) participan en las finales que se juegan este y el próximo sábado,
acondicionéis el hogar para la ocasión (cervezas, vino, y aperitivos) y dejad
que el sofá sufra las consecuencias. Posiblemente, pase lo que pase, acabareis
ganando.
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