La crisis ha puesto obstáculos a la emancipación de los jóvenes. Apenas hay trabajo, y el que hay suele ser precario. Pero antes del crack económico, en los tiempos de las vacas gordas, la media de edad para la emancipación en España se situaba ya en los 26 años. ¿Por motivos de índole psicológica?
¿Te toca dejar la casa de tus padres?
Hubo una época, la que yo viví antes de emparejarme, en la que si a los veintilargos, a los treinta, aún vivías con mamá te tachaban de comodona, malcriada, gorrona, irresponsable, consentida... «¿Y qué voy a hacer yo?», contestabas compungida, «si la vida está muy mal: no hay trabajo estable, ni pisos de alquiler asequible, ni hipotecas que podamos pagar.» En aquel entonces eran muchos los jóvenes, sobre todo mujeres, con valor suficiente para aceptar el reto de dejar la casa de los padres y enfrentarse a las adversidades, aunque tuvieran que compartir piso con otros. Todavía ahora hay quien lo intenta, aunque sufran pérdidas de empleo y tengan que pasar por el mal trago de regresar con la familia. Si tú no eres de esas, si una vocecita interior te dice que hay algo más que razones económicas que te impiden echar a volar del nido, puede que necesites escucharla y descubrir cuáles son esas ataduras.
No quiero vivir sola
Antes de que la terrible crisis financiera se nos echara encima, la mitad de los jóvenes entre 26 y 29 años seguía viviendo con su familia de origen y a los 29 el 28% continuaba aún en la casa paterna.
Por supuesto, la situación ha empeorado. Algunos de los que se independizaron tuvieron que regresar a la casa de los padres. La tasa de jóvenes emancipados ha descendido casi un 23% desde 2012. El 98% de los contratos de trabajo son temporales, y para 8 de cada 10 jóvenes lo de independizarse se ha convertido en un sueño muy, muy lejano.
¿Y cómo es el ambiente familiar? Naturalmente que son muchos los padres descontentos, pero, en general, y sin perder de vista los estudios del Instituto de Juventud, las diferencias ideológicas han dejado de causar tempestades en la mayoría de los hogares. Ya no tienen que huir de casa en busca de la libertad que les niegan. Así que, con tanta tolerancia, «¿para qué voy a marcharme a vivir sola? ¿Para volver del trabajo y encontrarme con un apartamento vacío? Me da mucho palo.» Un argumento válido. Pero siempre encontrarás quien te torture y ponga en entredicho tu madurez y tu capacidad para la independencia.
No puedo abandonar a mis padres
Esa es otra: el miedo a dejar a papá y mamá solos, frente a frente, con sus problemas conyugales. Como lo oyes. Algunas han aceptado la responsabilidad de velar por la armonía del hogar paterno. Son los jóvenes que los psicólogos denominan “delegados”, chicos y chicas a los que se les ha transmitido una carga que no les corresponde, como la de permanecer en la casa de una madre viuda o separada que no sabe buscar la compañía de gente de su generación o que arguye que «se morirá de hambre» sin el sueldo de su hija. En estos casos, quienes intentan escapar del nido se encuentran con trabas, reproches y chantajes emocionales a mansalva.
¿Me falta madurez para vivir sola?
Es el punto de partida. Si la convivencia con tus padres no te impide crecer como persona, no entiendo por qué tendrías que marcharte de casa. No todos estamos predispuestos para llevar una vida en solitario, al menos una vida satisfactoria. Pero es necesario que distingamos entre la huida de la soledad y la dependencia de nuestra familia.
Podrías dudar de tu madurez si fueras incapaz de tomar una sola decisión sin consultar con los demás y dejaras de lado tu propia opinión, si renunciaras a tus deseos cuando estos no tienen el beneplácito de tus padres, si no te atrevieras a exponer los problemas que se generan en casa por miedo a que tus progenitores no estén de acuerdo contigo, si carecieras de la suficiente confianza en ti misma para aceptar cualquier reto que la vida te ofrece, si te vinieras abajo ante cualquier crítica, si te negaras la oportunidad de conocerte a fondo para aceptarte tal como eres y asumir tus propios límites... ¿Lo captas?
Consejos para escapar del control de tus padres
Ya lo sé, ya. Eso del chantaje emocional de los padres es muy duro. Pero llega un momento en el que no puedes poner el punto de mira sobre lo que ellos te hacen, sino que has de colocar el foco sobre lo que tú permites que te hagan. ¿Qué hacer para escapar del control paterno? Puede que unas cuantas claves como estas te sirvan de algo:
➤ Aprende a aceptarte
Es la única manera de luchar contra tus miedos. Ponte en contacto con tus sentimientos en todo momento, ellos te indicarán si algo está bien o mal.
Y aprende, también, a encajar tus derrotas. Ya lo decía Charles Chaplin: «Me gustan mis errores, no quiero renunciar a la libertad deliciosa de equivocarme».
➤ Pon freno a la invasión
Cuando unos padres se disponen a meterse en nuestras vidas, a manipularnos y manejar nuestra existencia, no hay quien los pare. Y ni siquiera se molestan en ser sutiles. ¿Para qué? Ya echarás mano del talonario para acudir al psicólogo y recuperar tu maltrecha autoestima.
Abre bien los ojos y observa cuáles son sus truquitos para impedir que su niñita escape de casa: si se ponen enfermos (taquicardias, mareos, dolores diversos... todo vale) cada vez que das muestras de autonomía, si se echan a reír cuando insinúas que te estás planteando comprar un piso y ponen en duda tu capacidad para independizarte, si intentan adelantarse a ti para sacarte de cualquier apuro y demostrarte que no puedes vivir sin ellos...
Pero observa, también, que haces tú, porque si tienes unos papás demasiado invasores, quizá, te pasas cuando les pones al tanto de todos los detalles de tu vida privada, o dejas que te saquen las castañas del fuego antes de solucionar tus propios problemas.
➤ Aprende a discutir y negociar
Observa si es posible el diálogo en vez de las peleas. Si no es así, es preferible actuar como crees que debes hacerlo, en lugar de dejarte llevar y cumplir con lo que ellos estipulan.
Todas las situaciones —convivir con los padres o vivir a solas— tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Se trata de encontrar el modelo de vida idóneo para cada persona —para todos los que forman el grupo que convive— y escogerlo sin presiones de ningún tipo.
¿Has probado ya a vivir por tu cuenta? ¿A solas o compartiendo piso? ¿Qué has aprendido de ti misma que no conocías?
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