Es más cariñoso y comprensivo. El padre de hoy ha aprendido a dar y recibir afecto. ¿Su asignatura pendiente?: cómo educar sin ser autoritario.
Cómo impartir disciplina con cariño y firmeza
Las generaciones anteriores quisieron romper con un modelo de paternidad que imponía disciplina a través del bofetón y el castigo. Y también con la imagen de ese padre siempre ausente, ese con el que la madre siempre metía miedo: «Uy, cuando venga tu padre ya verás, ya, cuando se entere de lo que has hecho».
Ahora necesitamos acabar con el modelo de padre que pretende actuar como amigo del hijo, el que sobreprotege y no sabe cómo poner límites al hijo consentido, mientras la madre se cansa de ser 'la mala' de la película.
Recuerdo a más de uno de mi generación que, al saber que esperaban un hijo, aseguraba con orgullo que trataría a su hijo como a un amigo y se iría con él de fiestuqui.
Si ese hijo tiene a sus amigos y el padre se comporta como otro amigo, ¿quién hará del padre que necesita?
En fin, tarde o temprano se impone la realidad y el padre comprueba que aquello no era más que una fantasía inalcanzable.
Ser un buen padre no consiste sólo en ofrecer mimos y caricias, también es necesario fijar límites a las conductas incontroladas de los niños y no ceder a todos sus caprichos para no aguantar las rabietas.
Un padre demasiado permisivo convertirá a sus hijos en seres manipuladores. En cambio, los niños admiran a los padres que se muestran firmes, pero justos. Cuando el progenitor imparte disciplina sin dejar de ser afectuoso y enseñando al mismo tiempo, el hijo aprende a ser responsable y estará preparado para enfrentarse al mundo real.
¿Cómo educar a tu hijo sin ser un padre autoritario?
El doctor Aaron Hass, a quien ya mencioné al escribir sobre la figura del nuevo padre, propone una estrategia disciplinaria basada en las consecuencias. El padre debe enseñar al hijo que un mal comportamiento arrastra consecuencias dañinas. El padre que sigue esta estrategia debe:
➤ Fijar reglas realistas.
➤ Expresar calidez y afecto sin ser demasiado permisivo.
➤ Admitir errores. El niño que sabe que nadie es perfecto, ni siquiera sus padres, no caerá en la frustración al primer tropezón.
➤ Explicar los motivos de sus decisiones.
➤ Definir con claridad los límites a los hijos: las expresiones del tipo “sé bueno” son demasiado ambiguas.
➤ Ser estimulador: El niño que continuamente es criticado por todo lo que hace sin recibir elogios por sus logros acaba pensando que jamás podrá complacer al padre. Pero tampoco es bueno alabar tan sólo los éxitos alcanzados, es importante valorar el esfuerzo que el niño realiza.
➤ No ser demasiado crítico, ni quitar importancia a las cosas, ni impacientarse.
➤ Adaptar sus expectativas a las habilidades crecientes del hijo y no empecinarse en que sea el perfecto abogado o un virtuoso del violín, porque ese es el sueño de su progenitor.
➤ Ser sensible a las necesidades particulares del hijo.
➤ Hacer contratos con el hijo utilizando términos específicos: «cuando termines los deberes podrás llamar a tu amiga por teléfono»,...
➤ Expresar los sentimientos propios para que el hijo aprenda que los suyos no son los únicos que importan.
Tal vez, algún día, pasada la adolescencia, tu hijo se encuentre ante una situación complicada y buscará una salida haciéndose una pregunta: «¿Qué haría mi padre para resolverlo?». Y esa etapa, ese modelo de relación, enorgullece más que convertirse en amigo de tu hijo, ¿no te parece?
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