El maltrato no vende, así que vamos a presentarlo como una historia de amor… Y ahora, a ver cómo lo arreglamos.
¿Por qué lo llaman amor cuando se trata de una relación de maltrato?
Este fin de semana me lo he pasado preparando una charla que se titula Sexualidad en la novela contemporánea y relaciones tóxicas. Hablaremos de ello la sexóloga Eva Moreno y yo en el marco de la programación Paraula de Santa Coloma. ¿Por qué? Pues, mira, porque es ese tipo de actividades que te proponen en medio de unas firmas de Sant Jordi, y te sale un «Ah, vale». Y después te quedas mirando el programa impreso, lees el título de charla y te dices: «¿En la novela contemporánea? ¡Ni que yo fuera catedrática de Literatura Comparada!».
No, en serio. Nosotras queríamos hablar de nuestros libros, en los que la sexualidad y las relaciones tóxicas ocupan mucho hueco. Y eso haremos.
Pero, como no quiero quedarme solo en las páginas escritas por nosotras, me ha dado por pasear la mirada por las estanterías de mi biblioteca y mis ojos se han detenido en Lolita, la novela de Vladimir Nabokov que cada dos por tres levanta un revuelo desde antes de su publicación. Y ahora, con la campaña #MeToo, ha vuelto a suscitar polémica.
La edición que yo compré y leí en 1999 es la versión de la editorial Anagrama con el cartel anunciador de la película dirigida por Adrian Lyne en la portada. El cartel que ves bajo estas líneas.
Doy la vuelta al libro y leo en la contraportada: «una extraordinaria novela de amor».
¿Amor?
¿Qué mierda de amor es este? Perdóname, pero no lo puedo decir de otro modo.
Verás, a mí con Lolita me pasó lo mismo que lo que me pasa cuando veo en el cine una escena de violación: que tengo que apartar la vista. Así de repulsivos encontré gran parte de los fragmentos narrados en primera persona por Humbert Humbert, el protagonista de esta novela.
Lolita no es una historia de amor. Lolita es la historia de un pederasta que rapta a una niña de doce años y la viola, noche sí y noche también en moteles de carretera.
Claro que este maníaco, culto y de apariencia elegante, se describe a sí mismo como «tonto enamorado», y explica su crimen con la más bella de las prosas. Pero una cosa es que se engañe a sí mismo, y otra que el lector caiga de cuatro patas en su engaño. Para creer que lo que siente este tipejo por Lolita es amor hay que vestirse con la piel del monstruo.
Un poquito de distancia y perspectiva, por favor.
Nabokov no hace apología de la pederastia. La hacen quienes describen la violación de Lolita como consecuencia del sentimiento amoroso, incluso como erotismo.
He llegado a la conclusión de que la mayoría de la gente que incluye Lolita en esas listas de «Mejores novelas eróticas de la Literatura» no la ha leído. Nabokov no escribió Lolita con la intención de despertar la libido o encender el deseo sexual de los lectores.
El personaje de Lolita ha acabado convirtiéndose en un mito que se aleja mucho de esa niña inventada por Nabokov. En el imaginario colectivo ha sobrevivido otra Lolita, la adolescente de la película de Kubrick. Una elección que incomodó mucho a Nabokov, quien insistía en que Lolita era una niña de doce años.
Esa Lolita de edad adolescente que lleva gafas de sol con lentes en forma de corazón es la que ocupaba la portada de la anterior edición de Anagrama, una jovencita provocadora, que seduce y conduce a la locura al cuarentón que interpretaba James Mason.
¿Sabes qué pensaba Vladimir Nabokov que debía representar a Lolita y a las niñas de doce años por las que el profesor Humbert Humbert se sentía atraído? Unas mariposas.
¿Hay algo más bello y, a su vez, más frágil que una mariposa?
El coleccionista caza la mariposa con su red, la atraviesa con un alfiler y la clava en la cartulina. ¿A alguien se le ocurre culpar a la mariposa de haber sido cazada? ¿A alguien se le ocurre criticar sus vivos colores, sus aleteos, que revolotee entre las flores de su jardín?
No. Pero a las víctimas de una violación, sí. A ellas las culpan: por ser guapas, por querer divertirse, por vestir como visten, por maquillarse, por beber una copa de más, por salir a ligar, por hablar con un desconocido…
Por eso me alegra que Anagrama haya publicado una nueva edición de Lolita con esta ilustración de la artista Henn Kim.
Atravesada por unas tijeras, de la espalda de esta Lolita surge la llave con la que el monstruo dará cuerda a su víctima para jugar con ella a su antojo. ¿Es eso lo que hace el que ama? ¿Someter a la persona amada aterrorizándola? ¿Escuchar cómo llora cada noche? Me niego a aceptarlo.
Por mis conversaciones con editores y agentes literarios, algo me dice que detrás de la presentación de Lolita como una jovenzuela provocadora con ánimo de seducir al profesor y la novela como una historia de amor extraordinaria, existe un motivo de índole comercial.
¡Cuántas veces escuché eso de «el maltrato no vende»!
Abro el libro al azar, y me encuentro con estas palabras en boca de Humbert Humbert:
«Mentalmente, la consideraba una chiquilla convencional hasta la repulsión».
¿Cómo se puede amar a quien se desprecia de ese modo?
Supongo que es cierto, que pocos se animan a leer historias de maltratos. Y, sin embargo, eso es lo que son muchas de las novelas que catalogan como románticas: historias de acoso, de persecución, relaciones de odio, de posesión y sometimiento. Y no me refiero a juegos sexuales. Me refiero a estar dispuesto a soportar cualquier cosa por amor. Me refiero a creer que el celoso controlador lo es porque ama a la persona que quiere controlar. Me refiero a creer que un hombre sin alma se cura gracias al amor de una mujer de corazón tierno. Me refiero a hombres y mujeres que se ganan el amor del otro salvándole de un trauma del pasado.
Pero de eso habló la sexóloga Eva Moreno en nuestra charla sobre relaciones tóxicas. Lo cuento aquí.
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