Cuando el hombre divorciado tuvo hijos del primer matrimonio, casi siempre necesita adaptarse a la triste sensación de pérdida. ¿Es posible ponerse firme cuando la firmeza es necesaria?
Ser padre cada quince días
No es este el primer artículo que dedico a ese modelo de familia que suelen llamarse reconstituidas, ensambladas, reconstruidas o patchwork. Ni será el último.
Casi siempre hablo de la segunda esposa y el riesgo de querer ser la salvadora de su pareja y, a menudo, también de los hijos fruto del primer matrimonio. Esas criaturas con las que tendrá que convivir, al menos, un fin de semana cada quince días.
Después de un divorcio, muchos padres relajan la disciplina empujados por los sentimientos de culpabilidad y por temor a que los niños no deseen visitarlo en los días que marca el convenio, y en el momento de convivir esto se convierte en un terrible problema, porque es el padre biológico quien ha de dejar clara la conducta que se espera de los hijos en la nueva familia. Él es el más indicado para hacerse con el control mientras el vínculo entre la mujer actual y los hijos se solidifica.
Se comprende que un progenitor que suele compartir, tan solo, dos fines de semana al mes con su hijo, no desee pasar el tiempo riñendo, discutiendo e imponiendo un conjunto de normas y deberes, a veces muy distintos de los que rigen en la casa materna. Y, también, que los remordimientos que arrastra consigo no le permitan mostrarse fuerte y marcar los límites. Ese sentimiento de culpa casi siempre está presente en las personas que se divorcian. Sobre todo, si ve que los niños desean una reconciliación y recuperar la vida anterior al divorcio.
Pero también hay padres que actúan así para ganarse al hijo a toda costa, eludiendo su responsabilidad de educarlo. En un caso u otro, os exponéis al peligro de que el niño se haya apropiado de las riendas y haga lo que le venga en gana, lo que será muy perjudicial para él y el resto del grupo familiar.
El padre tiene que aprender a configurar otra forma de relación con su hijo, descubrir que educarlo también es una manera de compartir ese tiempo, tan gratificante como llevarle al parque de atracciones, porque impartir una buena disciplina no tiene que ser sinónimo de autoritarismo, que se puede hacer desde el afecto.
Papá tiene otra mujer
Lo más común es que los hijos de padres divorciados rehúsen seguir las reglas que imponen sus progenitores para mantener el control y, de paso, socavar la nueva relación. Hay que tener cuidado con no ceder y bajar la guardia. Se cometería una irresponsabilidad.
Por desgracia, algunos padres se quedan de brazos cruzados mientras contemplan la discusión entre su mujer actual y sus vástagos, como si, con esa estrategia, se librara de una tarea fatigosa, o bien huye despavorido del escenario, no vaya a ser que le salpique la sangre. O lo que es más grave, que se alíe con el hijo en contra de su compañera, como si formaran parte de un bando contrario y enfrentado a esa maniática que no consiente que se escriba y se hagan dibujos en las paredes de su casa.
Norma, una mujer divorciada de cuarenta y dos años, se enamoró de Andrés, que tiene la custodia de su hija, ya en la pubertad, por el abandono de la madre. Desde que viven juntos, Norma se pasa el día detrás de la chica pidiéndole que recoja y cuide de sus cosas. Cuando le pregunté que por qué no se encargaba el padre de educarla, me respondió: “¿Y qué puedes decirle a un hombre que te dice que no sabe cómo hacerlo?”. Que aprenda, como todo el mundo. ¿Quién nace con la carrera de padre acabada? Nadie, todos tenemos que cometer errores y corregirlos sobre la marcha, pero es una tarea que le corresponde a él como progenitor. Existen fundaciones que atienden a los problemas de las familias y organizan talleres para padres. Quien se vea muy perdido, puede apuntarse a uno de esos cursos, antes de delegar en otras personas.
De la casa de mamá a la casa de papá
La mayoría de los hijos de personas divorciadas se quejan de que han de adaptarse a dos tipos de convivencia en dos casas cuyo conjunto de normas a las que han de atenerse no suelen coincidir. Y quien los escucha sienten lástima por la confusión que esto puede crear en los menores.
Lo cierto es que los niños captan las diferencias y aprenden a adaptarse con facilidad; descubren que en cada familia existe una forma diferente de valorar y comprender las cosas, lo cual resulta muy enriquecedor. Es una oportunidad para aprender a ser tolerante, a aceptar la existencia de diversos puntos de vista y a respetarlos en una sociedad donde crecen sobreprotegidos. Esta situación le permitirá, en definitiva, entender el mundo en el que vive, un mundo heterogéneo, en el que conviven diferentes culturas, diferentes sociedades, diferentes reglas de convivencia, que también serán distintas en la familia de su pareja futura. Todo ello fortalecerá su capacidad para resiliencia y el afrontamiento de posibles crisis en el futuro.
Que el padre y la madre lleguen a un acuerdo en las costumbres o modos de convivencia es una utopía. La falta de acuerdo en las normas que había que imponer en casa pudo ser uno de los conflictos principales que desembocó en la ruptura del matrimonio. ¿Cómo van a mantener ahora unos mismos criterios en las pautas de conducta? Los psicólogos insisten en la necesidad de que los padres instruyan a sus hijos para que respeten las normas de cada hogar sin criticar las que imponga el otro progenitor o las costumbres por las que se rigen en el domicilio del ex cónyuge.
Un consejito para la esposa de ese papá divorciado: no es conveniente fingir que nos gusta la manera en que se están desencadenando los hechos y actuar en contra de lo que se piensa para evitar conflictos, porque sólo lograremos hacer acopio de un resentimiento que dañará los lazos que intentamos estrechar.
En cambio, cuando somos coherentes con nosotros mismos y actuamos en consecuencia, transmitimos seguridad, orden, tranquilidad y sosiego, ingredientes muy saludables para todos los que forman parte de esta familia.
Las jerarquías existen y no se las ha inventado tu segunda esposa
Uno de los errores que se cometen en la relación antes de la ruptura es colocar al hijo por encima de la pareja o en medio de ella, actuando como un colchón amortiguador de los problemas matrimoniales. Si tu pareja se comportó de esa manera y no ha reflexionado sobre las consecuencias, es muy probable que repita la dinámica y otorgue a su prole el rol que a ti te corresponde.
Cuando las cosas se complican, quizá puedas proponerle que acudáis a la consulta de un terapeuta de pareja, porque será difícil que te escuche sin malas interpretaciones y tengas que escuchar de su boca que compites con sus criaturitas.
De todos modos, recuerda que el padre tenía una relación previa con sus hijos y que también ellos tienen derecho a retomar un espacio propio donde compartir actividades, complicidades y confidencias.
Permite que sigan encontrando esa intimidad sin interrupciones por tu parte. Eso no quiere decir que te excluyan de sus vidas durante todas las horas que pasan en tu propia casa y se olviden de ti. Al menos tu pareja no debería hacerlo.
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